jueves, 20 de mayo de 2010

Civilización o Barbarie


“Pero faltó la grandeza

de tener buena visión

por tapados de visón

y perfumes de París,

quisieron de este país

hacer la pequeña Europa

gaucho, indio y negro a quemarropa

fueron borrados de aquí…”.

(San Jauretche, Los Piojos).



Una cuestión central para analizar la constitución del ser nacional es el hecho de que nuestra Nación se construyó mirando a Europa, y esto la llevó a un destino inefable: la dominación. Sea por voluntad o por instinto, es dominación al fin. Al no verla, no denunciarla, lo más frecuente es que terminemos por legitimarla.


En este sentido, nuestra visión del mundo esta constituida por la de nuestros conquistadores.

Esto no es un hecho azaroso, más bien es el resultado de una imposición ideológica que viene desde los tiempos de la colonia, pero que se cristalizó en la “la zoncera madre” (1) –al decir de Arturo Jauretche en su Manuel de Zonceras Argent—: Civilización y Barbarie. Fue Domingo Faustino Sarmiento, quien esbozó esta idea a modo de pilar en la constitución de la identidad argentina.


Respecto a la zoncera madre, podemos destacar algunas preguntas abiertas que se desprenden de la supuesta “verdad” que hay en ella, con el fin de entenderla e intentar descubrir dónde reside el poder de la cultura.


¿Qué es la cultura en realidad? ¿Qué determina lo que no es Cultura, lo Bárbaro?


Para buscar respuestas, permítasenos emular sólo por unos minutos al periodista Mariano Grondona, -desde los fines prácticos ¡pero nunca ideológicos!-, en búsqueda del origen etimológico de la palabra cultura.


Esta surge del verbo latino colere (del que derivan colonia, colono, colonizar, colonialismo), y tiene su origen en la raíz griega Kol (col-), que significa originariamente podar.


Podemos inferir que nuestros “cultos” pensadores, los que fundaron la nación, siguieron al pie de la letra el mandato de poda. Y no se contentaron sólo con eso, fueron más a fondo: su intención fue “arrancar de raíz” lo malo para plantar lo bueno.


Así lo advirtió Jauretche: “La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna, enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol…Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo lo indígena que podía ser obstáculo al mismo para el crecimiento según Europa, y no según América”.


Para el autor esto llevó a que todo lo nuestro preexistente sea concebido como anti-cultural. Lo extranjero, lo otro, sólo por serlo, era civilizado. Lo nuestro, lo autóctono, sólo por serlo, era bárbaro.


El ideólogo de esta dicotomía cargó las tintas en las primeras páginas de su libro Facundo, al desarrollar esta imagen simbólica de relacionar lo nativo con la bárbaro, y lo propio de Europa, con la civilizado.


Esta idea sobrevivió en el tiempo al punto que comenzó a imponerse en nuestro inconsciente colectivo con un determinismo tal que produjo varias creencias vigentes, que se siguen escuchando en varios sectores sociales argentinos, tales como: “Los argentinos descendimos de los barcos, y nada tenemos en común con América latina”.


Aquí se percibe uno de los problemas más importantes de nuestra identidad nacional: la antinomia madre legitimó la desnacionalización de la Argentina. ¿Cómo podemos construir una identidad patriota si creemos que lo propio de nuestra tierra es anticultural?


En este hecho vemos uno de los mayores inconvenientes para desarrollar una identidad auténtica, dado que se negó la posibilidad de construir nuestro país desde nosotros mismos.


Esto posibilitó que la mentalidad colonial se hiciera carne en el lenguaje hegemónico, y que, bajo el paraguas del sentido común, se entendiera que “la cultura” era lo europeo y que el salvajismo era lo propio de nuestra materialidad nacional.


Otra premisa fundacional de otro prócer: “Gobernar es poblar”, de Juan Bautista Alberdi, que tanto – y no casualmente- repite con admiración Mirtha Legrand, también responde a esta concepción histórica.


Para el autor de las “Bases”(2) era necesario fomentar la inmigración europea para desarrollar a la nación Argentina. Nuevamente, lo nacional era sinónimo de barbarie, y lo extranjero de civilización. La cultura en este sentido tenía que ser importada y “comercializada” en barcos desde el Viejo Continente.


Como todo discurso hegemónico, que gana la tutoría de sentido, se disemina con disimulo y naturalidad, y de ahí su efectividad, en todos los órdenes de los social: familia, escuela, Iglesia, medios de comunicación.


Por lo cual, desde allí se entiende cómo las entidades educativas durante años nos inculcaron la idea de que nada oriundo de nuestra tierra era digno de respeto. Los criollos o los gauchos eran reverenciados sólo en el ámbito literario, y muchas veces esos mismos tratamientos literarios le conferían sólo un lugar caricaturesco y burlón. Pero en la realidad material debían ser excluidos. El gaucho era un ser pintoresco por eso su rol histórico fue durante años desestimado.


Analizando esta situación, se nos viene a la mente una idea que plasma Sigmund Freud en su obra “El porvenir de una ilusión"(3). Allí manifiesta que “la cultura es algo impuesto a una mayoría por una minoría que ha sabido apropiarse de las medios de poder y compulsión”.


En este sentido, consideramos que Mitre, Sarmiento, Roca y gran parte de la intelectualidad argentina ganaron la lucha de poder dentro del campo simbólico, y lograron cargar al término cultura con nociones foráneas.


Entendemos, además, que esta lucha simbólica tiene sus raíces en cuestiones materiales, porque la ideología liberal oligárquica creó un país no sólo dependiente culturalmente de Europa, sino también económicamente.


Con todo, las políticas liberales de la generación del ’80 planearon y crearon un país agro exportador que responde a la lógica de la división internacional del trabajo, que conduce a que los países menos desarrollados exporten las materias primas para los países centrales.


No obstante, el revisionismo de la década del treinta nos sacó la careta y comenzó a mostrar que estas ficciones que fundaron la Argentina respondían a intereses económicos. Sin embargo, gran parte del nacionalismo sólo apuntó los cañones hacía afuera, porque creía que las causas de la dependencia argentina eran exclusivamente potestad de enemigos externos, sin asumir culpabilidades propias. Una vez más las aguas se dividían y la llegada de soluciones y caminos complejos parecía imposible en esta lucha entre trincheras antagonistas, pero, que en el fondo, eran complementarias.


Ya entrado el Siglo XX, la victoria de la Revolución Cubana nos demostró que la América irredenta necesitaba liberarse de sus cadenas, dejar de pensarse desde la visión de los conquistadores y comenzar a construirse desde sus raíces latinoamericanas. Esto fue el comienzo de la lucha anticolonial.


Este hecho histórico produjo un clivaje en Latinoamérica. Esta realidad no podía ser ignorada a pesar que algunos sectores insistían en que la revolución socialista cubana era un acontecimiento excepcional en la historia mundial.


El mismo Juan Domingo Perón en la entrevista que brinda en Puerta de Hierro plantea términos más progresistas y habla de la liberación del pueblo a través de la lucha armada.


El discurso revolucionario se extendió por América y los países subdesarrollados del mundo. El llamado Tercer Mundo comenzaba la lucha anticolonialista, los pueblos oprimidos empezaban a ser conscientes de la explotación. Los “bárbaros” continuaban su resistencia.


Esta nueva percepción de la identidad latinoamericana, forjándose desde su misma realidad concreta llegó hasta tener una Teología de la Liberación.


La idea de una escolástica liberadora en América Latina parece un contrasentido, pues la religión católica se planteó como un instrumento de dominación en la conquista española.


Al indio, cuando no alcanzaban los espejos, se le sometía con la cruz y con la espada, quedando siempre bajo el mando de un amo y del sacerdote.


Pero una vez que la conquista se consumó, en el siglo XX surge una nueva alternativa que abandona la tarea colonizadora y se propone como reflexión a partir de la situación general de América Latina.


Los sacadotes del tercer mundo emprendieron la lectura de la Biblia desde los ojos de los sometidos de América. Estos clérigos concibieron que la pobreza de América no era producto de la casualidad ni de la voluntad divina, sino más bien una consecuencia de la configuración social.


En el resto del mundo, los países subdesarrollados también emprendieron la búsqueda de la liberación. Franz Fanon en “Los condenados de la tierra"(4) plantea que los países del Tercer Mundo deben dejar de imitar a Europa y orientar sus fuerzas a la resolución de sus problemas.


De esta forma tanto África como América Latina buscaron desarrollar un pensamiento nuevo. “Decidamos no imitar a Europa y orientemos nuestros músculos y nuestros cerebros en una dirección nueva. Tratemos de inventar al hombre total que Europa ha sido incapaz de hacer triunfar”, advierte Fanon.


El autor argelino señala que los países subdesarrollados ya no le tienen miedo a Europa y deben aventurarse a descubrir sus propios horizontes, en lugar de seguir mirando al otro continente. Desde este lado del océano el “Che” Guevara apunta sus palabras en la misma dirección.


Pero este intento, como suele pasarle a la izquierda argentina, se queda a medio camino. La construcción de la realidad es también simbólica. En este sentido, gran parte de la intelectualidad del tercer mundo se debe su autocrítica.


Ernesto “Che” Guevara nos plantea que muchos intelectuales latinoamericanos no fueron auténticamente revolucionarios y no permitieron desarrollar los logros de la victoria del ’59.


Las buenas intenciones y las sólidas teorías y discursos sostenidos por las mentes lúcidas de la liberación se quedaron en lo semiótico y se olvidaron de la praxis social.


Los espejos de la cultura todavía encandilaban.




(1) Jauretche Arturo, Manuel de Zonceras Argentinas, Editorial El Corregidor, Buenos Aires, 2008.
(2) Alberdi Juan Bautista, Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, Editorial Estrada, Buenos Aires, 1952.
(3) Freud Sigmund, El Porvenir de una Ilusión, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 1986.
(4) Fanon Franz, Les damnés de la terre, François Maspero, París, 1961.


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