jueves, 20 de mayo de 2010

Imito luego existo


Esta pobre América que tenía su cultura y que estaba realizando, tal vez en dorado fracaso, su propia historia y a la que, de pronto, iluminados almirantes, reyes ecuménicos, sabios cardenales, duros guerreros y empecinados catequistas ordenaron: ¡Cambia tu piel! ¡Viste tu ropa! ¡Ama a este Dios! ¡Danza esta música! ¡Vive esta historia!

(Homero Manzi)(1)


Lo que somos, por más que intentemos ocultarlo, siempre emerge y se hace visible en cada expresión y espacio social. Y la literatura, lejos de ser un campo impermeable e inmune, está atravesada por líneas históricas, políticas y culturales que la determinan.


Aunque opuestos en su concepción sobre el ser nacional, Homero Manzi y Jorge Luis Borges coincidieron en advertir que una de nuestras actitudes, como vimos fundacionales y más recurrente hasta el día de hoy, es nuestra facultad imitativa, que también se filtra en los registros literarios. Ambas posturas van a depender de la calle donde uno se tome el colectivo –Florida o Boedo-. Aunque el recorrido termine siempre en el mismo lugar.


El antagonismo propio del argentino también se trasladó al plano de las letras a partir de 1920.


Por un lado, estaba "Florida", espacio que agrupaba a plumas de la talla de Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, entre otros.


Ellos, al igual que la calle que les daba nombre, eran caracterizados por su elegancia literaria y el refinamiento aristocrático.


En la otra vereda, Boedo incluía a autores como Elías Castelnuovo, Álvaro Yunque o Leonidas Barletta, quienes forjaban una literatura consecuente con la defensa de los sectores proletarios.


Boedo quería ser el “espejo” de la realidad de una clase social, mientras que Florida era “el prisma”.


Esta oposición llegó incluso a plasmarse en un manifiesto ultraísta que reconocía estas dos formas de concebir la literatura: “En el arte de los prismas y el de los espejos, el primero le devuelve la vida, el segundo la interpreta y la vive”.


Al fin y al cabo, nuestra identidad siempre se ve atrapada en este juego de espejos y reflejos. Pero ¿dónde reside nuestra capacidad imitativa? ¿Es, a caso, sólo un acto de defensa inconsciente? Nada de eso. El espejo no crea una imagen de los que somos sino un imaginario de lo “debemos” o lo que “creemos ser”. Crea la ficción en la que quedamos encerrados, y es allí por donde pasa nuestra vida.


Nuestra tendencia a la imitación se trata de nuestra forma de vida, producto de lo que podríamos llamar vivir en el espejo.


Vivir en el espejo sería estar prisionero de la imagen. Impedido de acción. Es caer en la trampa narcisista. Aquella en la cual tropezamos cuando nos negamos a ser reflejados por nuestra propia imagen, y somos seducidos por la imagen especular, la que nos muestra nuestro ideal. Esto paraliza el accionar del sujeto. No le permite escribir su propia historia.


Esta encrucijada que nos divide, nos detiene, que nos imposibilita vernos completos, complejos, da lugar a las típicas actitudes que encierra “la viveza criolla” y el”medio pelo argentino”. Así las describe Julio Mafud en “Psicología de la viveza criolla"(2).


“El vivo es siempre un vertebrado que escamoteará su ser natural para existir con su ser ficticio. Tales reacciones son un desquite ilusorio de su situación real e inamovible. Cuando su incapacidad real es tirabuzoneada hacia la superficie por la conciencia, se lo impide una fuerza que está contrabandeada en la inconciencia. Esta fuerza es un tabú de ser descubierto a que los lleven a espejearse consigo mismo”.


Además, Jauretche caracteriza de “medio pelo” a la burguesía incipiente que rehúye de su status adecuado entrando en la simulación de otro que no le pertenece. “No es ni fu ni fa, ni chicha ni limonada”.


Vivo por defecto y medio pelo por incompleto, si la ficción le gana a la vida misma podríamos decir que el argentino se posiciona en un lugar irreal ante la vida. En un lugar donde sólo ve pasar la vida que no vive. Un lugar que le impide vivir. Y le impide ser.


Durante la crisis del 2001, siguió imperando esta pretensión, tan de clase media, de seguir simulando “pour le galery”. Un ejemplo de esto fue evidenciado por la aguda analista de los sentimientos colectivos, la psicoanalista Silvia Bleichmar, quien nos dejo como legado su memorable texto "Dolor País"(3), antes de partir.


En esta crónica aguda sobre los vacíos pos-crisis, Bleichmar cuenta una anécdota que define al argentino medio de pies a cabeza: su vecina, una señora a quien define como "sobria y educada", tiene que armar cada día una historia distinta para pedir limosna de forma "elegante" y así esconder su realidad cotidiana de soledad y miseria. Ella, una mujer de clase media venida a menos, con lo poco que logra juntar se compra medialunas o masas finas en lugar de pan para comer, ya que prefiere armarse su ficción y negar su realidad.


"El gesto que algunos califican de soberbio de mi vecina, que se niega a comprar pan y sigue comprando medialunas de manteca, es, por otra parte, una afirmación de su voluntad de rehusarse a una desidentificación de sí misma. Si ella cede, si acepta que con lo que obtiene de su trabajo de representación sólo puede sobrevivir, la vida pierde todo sentido porque ha dejado de ser, definitivamente, quien era."


De estas imágenes se desprende otra realidad brutal: es más cómodo vivir en la ficción. No obstante, es necesario comenzar a chocarse con la realidad para construir una patria que incluya a todos. La ficción no nos permite actuar, la realidad sí. El argentino para despertar de esta ficción debe asumir su verdadera imagen.


Hay que dejar de mirar esos espejos que nos mienten, que nos deforman, que manipulan. Hay que empezar a mirar y sentir al de al lado, que siempre será el más fiel reflejo de uno.


El Bicentenario debe ser una oportunidad para volvernos a mirar al espejo y construir la historia desde nuestra realidad, no desde la imitación .


Es necesario un nuevo paradigma, que integre y religue las antinomias para dejar de lado los simplismos y pensarnos de ahora en más desde la complejidad.





(1) Manzi Homero, en Prólogo de Por las calles de Buenos Aires de Héctor Gagliardi, Editorial Plus Ultra, España, 1981.

(2) Mafud Julio; Psicología de la viveza criolla, Editorial Americalee, Buenos Aires, 1965.

(3) Bleichmar Silvia, Dolor País, Libros del zorzal, Buenos Aires, 2002.

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