jueves, 20 de mayo de 2010

En busca de un nuevo paradigma que religue la identidad nacional.



“Viendo en Amsterdam la inclinación de los edificios motivada por la blandura del suelo insular en que se asientan, tuve la impresión de una ciudad borracha, pues las casas se sostienen apoyándose recíprocamente. Imaginé la catástrofe que signianual de Zonceras (197ficaría extraer una de cada conjunto. Esto le ocurrirá a usted a medida que vaya sacando zonceras, porque éstas se apoyan y se complementan unas con otras, pues la pedagogía colonialista no es otra cosa que un "puzzle" de zonceras…”.(Arturo Jauretche en Manuel de Zonceras Argentinas(1)).


Pareciera que nacimos partidos por un rayo. Algunos consideran que ya desde la entrañas de nuestra patria se marcó a fuego en el ADN nacional una identidad divisoria y combativa que se filtra naturalmente cada vez que dos argentinos se encuentran. En las acaloradas y ensordecedoras discusiones de café, en los diálogos de sordos entre dirigentes políticos, y fundamentalmente, en los momentos de grandes crisis institucionales, en los que hay que volver a “hacer” la patria, el argentino se muestra, al decir de Arturo Jauretche, “vivo de ojo y zonzo de temperamento”: sus problemas personales, los resuelve con la viveza y astucia que lo caracteriza, pero las adversidades colectivas lo lleva a ponerse en un bando y ser co-autor de una sociedad de opositores. Y sin saberlo, también de una sociedad colonial.


En esos momentos el pasado parece volverse presente, empujado por próceres “intocables” que siguen teniendo una vigencia asombrosa y que nos hacen portavoces de soluciones que, en muchos casos, dividen y simplifican, en vez de religar y complejizar. Son las mismas soluciones pensadas desde 1810.


En tal sentido, el historiador estadounidense Nicolás Shumway(2) sostiene una tesis muy interesante en su libro La invención de la Argentina. Considera que nuestro país se erigió desde una mentalidad divisoria, una mitología de la exclusión, creada por intelectuales locales en el siglo XIX, que encarnizaron sus proyectos y su idea de nación a través de ficciones orientadores, es decir, construcciones de sentido “tan artificiales como ficciones literarias”, que sirven para dar un sentido de pertenencia y de destino común.


Y lo ejemplifica con una metáfora elocuente: La Argentina es una casa dividida contra sí misma, y lo ha sido desde que Moreno se enfrentó a Saavedra. Sarmiento codificó la división en sus inflexibles polaridades de Civilización y Barbarie, y en nuestro siglo liberales y nacionalistas, elitistas y populistas (aunque con muchos matices nuevos) continúan el debate, a menudo usando argumentos e imágenes heredadas”.


Consideramos que lo que expone Shumway tiene tal veracidad que en cualquier intento de abordar la identidad nacional se sigue cayendo en la misma trampa reductora, a pesar de ser concientes de sus limitaciones y dogmatismos. Y ese tropezón con la misma piedra se reproduce por la fuerza de esa visión unitaria que nos interpela y nos constituye como argentinos.


De hecho, este análisis puede caer, contra su voluntad, en abordajes mutilantes. Luchar, por ejemplo, para dar cuenta de la diversidad local y no caer en tipificaciones y conclusiones capitalinas -y peor- porteñas, es un reto que pone a prueba nuestra propia subjetividad. Y el mejor aliado que encontramos para enfrentarlo es el pensamiento complejo desarrollado por Edgar Morin(3).


Éste prestigioso sociólogo y filósofo francés cuenta con una prolífica obra y una obsesión llevada a método: el abordaje articulatorio, transdisciplinario e inclusivo de los fenómenos sociales para dar cuenta de su entramado complejo.


Probablemente el aporte más valioso de este paradigma sea la inclusión y validación en la ciencia de los sujetos y su mirada particular. Y su originalidad teórica, la propuesta y consideración de tres constituyentes que podemos encontrar siempre que analizamos a fondo cualquier hecho social: el principio dialógico, el recursivo y el hologramático.


Brevemente, podemos apuntar que con el principio dialógico, Morin refiere a la unión de dos nociones que, aunque aparentemente se presentan como antagonistas, son en realidad complementarias e indisolubles.


En tanto, con el principio de recursión señala que los productos y los efectos son al mismo tiempo productores y causadores de lo mismo que producen, en una relación cíclica e interdependiente.


Y el principio hologramático pone en evidencia como en ciertos sistemas no solamente la parte está en el todo, sino que en cada parte, en cada holograma, está contenido el todo.


En medio de tantos festejos por el Bicentenario que, en muchos casos, esquematizan lo argentino a través de una serie de ideas generalizadas que nos pintan como primordialmente pasionales y viscerales, y nos tipifican con algunos productos o invenciones de industria local, y siempre capitalinas, es necesario empezar a derribar edificios y construir una visión de nuestra identidad nacional relacional e inclusiva. Y repetimos: especialmente inclusiva. Porque el 25 de Mayo será para muchos de nosotros simplemente un feriado, para varios una fecha patriótica, pero para tantos otros nobles hombres, miembros de los pueblos originarios- ¡y no indios!- es recordatorio de su derrota y su absoluta negación en la argentinidad oficial.


Es hora de un nuevo paradigma para entender lo argentino. Hay que religar y reconciliar todo lo que conformó el “nosotros” con, repetimos, la inserción y valoración de las culturas preexistentes, y concebir la identidad nacional como una unidad hipercompleja que contiene elementos dialógicos, recursivos y hologramáticos.


¡Y cuánto sabremos de esto los argentinos! Las polaridades sociales, ideológicas y hasta geográficas nos atraviesan, y sin embargo, seguimos siendo nación, porque hay un “espíritu de la tierra”, al decir de Raúl Scalabrini Ortiz(4), imperceptible ya, que nos sigue aunando pero con exclusiones inaceptables.


Ya lo dijo Jauretche en “Política Nacional y Revisionismo Histórico”(5): "El hecho cotidiano es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será, que no por difuso es inaccesible e inaprensible”. Y habrá que empezar a asumirlo de una vez por todas…





(1) Jauretche Arturo, Manual de Zonceras Argentinas, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 2008.

(2) Shumway Nicolás, La invención de la Argentina, Editorial Emecé, Buenos Aires, 1993.

(3) Morin Edgar, Introducción al pensamiento complejo, Editorial Gedisa, España, 1995.

(4) Scalabrini Ortiz Raúl, El hombre que está solo y espera (16º edición), Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1951.

(5) Jauretche Arturo, Política Nacional y Revisionismo Histórico, Peña Lilio Editor, Buenos Aires, 1959.


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